PEDRO ACOSTA RÍOS

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sábado, 5 de marzo de 2016

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DOCUMENTAL LOTA EN EL CORAZON

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Lota-Chile

BIOGRAFO LOTA

UNA HISTORIA REAL, DE UN EX MINERO DE LA CIUDAD DE LOTA

“Me lo contaron mis viejos”. Memoria Popular e Historias Mineras, fue organizado por el Centro Cultural Comunitario Pabellón 83 y Revista Sururbano de Lota.


"HUELLAS INDELEBLES" Autor: Rigoberto Acosta Molinet
“Ahora para ustedes todo es fácil, no saben cuánto tuve que sufrir en mi niñez para llegar a ser lo que soy. A mi padre prácticamente no lo conocí, aunque ni siquiera era el marido de mi mamá; mis nueve hermanos mayores tenían diferentes apellidos, claro que yo no entendía la razón. Lo cierto es que a los 5 años se murió mi mamá y quedé solo en el campo (en los alrededores de Copiulemu), siendo recogido por una familia que, según ellos, eran mis tíos, aunque hasta ahora ignoro el parentesco.

Bueno, ahí tuve que empezar a trabajar. Tenía que cuidar y buscar los animales, y con frecuencia regresaba muy tarde a casa, terminada mi labor, muchas veces de noche. Y me decían “acuéstate no más porque mañana tienes que levantarte muy temprano”. Con lágrimas en los ojos me acostaba muy cansado, y con mucha hambre. Lo peor era en invierno porque ni siquiera tenía zapatos, así que a patita no más tenía que salir. Qué frío, especialmente en mis pies, mucho frío. Y mientras caminaba por el campo aun siendo oscuro, qué agradable era encontrarme con guano de animal, especialmente los más recientes, porque introducía mis pies muy helados dentro del guano, y en alguna medida podía sentir esa agradable sensación de calorcito en mis pies.

Para qué contar cuando llovía, ahí era mucho peor, porque al regreso de buscar los animales y con la ropa mojada tenía muchas veces que acostarme tal como llegaba, claro que en esas condiciones me hacían dormir en la paja. Si hubiesen visto ustedes cuando, después de un rato de estar acostado, mi cuerpo empezaba a humear. No sé cómo no me enfermaba, doy gracias a Dios, que desde ese tiempo ya me cuidaba

¿Se dan cuenta ustedes como era la vida antes? De chico había que ganarse la vida, no como ahora, los niños son muy cómodos y quieren todo regalado.”

Este relato que hacía mi padre cuando yo era niño lo contó innumerables veces, indudablemente que con muchos más detalles, y al hacerlo, sus ojos se llenaban de lágrimas, y en muchas ocasiones lloraba amargamente, y a mi me daba mucha pena.

Esto lo recuerdo con mucha claridad, puesto que cada vez que bebía era lo mismo. Le gustaba conversar mucho y acordarse de su niñez (no así de su adolescencia ni de su juventud, de lo cual nunca hablaba), y no me cabe ninguna duda que lo que él contaba era verdad, porque cada vez que lo relataba era como una réplica de lo anterior.

Eso si, jamás le escuché contar nada de esto cuando estaba sobrio, porque él era muy tímido para conversar cuando estaba “sanigüeno”. Lo que hacía sin ningún problema era leer en voz alta, especialmente las historias de la Biblia, y le gustaba que mi mamá estuviera atenta a su lectura, y ella se alegraba mucho al oírlo porque mi papá nunca fue a la escuela y con mucho orgullo comentaba que había aprendido a leer y a escribir de adulto, enseñado por una señora que él llamaba con mucho afecto “la señora Isabel “ quién por propia iniciativa (entiendo) se había hecho el compromiso de enseñarle a “este huasito” que no sabía “ni la ‘o’ por redonda”. Naturalmente que su lectura era algo defectuosa y le costaba mucho unir palabras con más de dos sílabas.

También recuerdo muy claramente cuando él afilaba los serruchos de los mineros, labor que realizaba en un banco que tenía a un costado del corredor. Aún permanece en mi mente el singular sonido de la lima al rozar los dientes del serrucho. Considerando el comentario que hacían sus amigos, al parecer era muy bueno en este oficio, lo que además le reportaba un ingreso extra, que generalmente lo usaba para comprar cigarrillos.

También le gustaba mucho contar cómo había conocido a mi mamá:

El se vino del campo a Lota, habiendo oído que en esta ciudad había trabajo; llegó lleno de sueños y esperanza. Lo primero que tuvo que hacer fue averiguar donde se alojaría, y por un dato llegó al pabellón 55 de Lota Alto, donde había una señora que daba pensión, con alojamiento incluido. Claro que el alojamiento era condicionado al turno que le asignaran en la mina, considerando que las camas no eran suficientes para todos los pensionistas, de modo que si a él le tocaba el tercer turno, debía compartir la cama con el que andaba en el primero. “Cuando yo andaba en el tercero, encontraba todavía la cama calentita al acostarme por la mañana”, comentaba graciosamente.

Lo interesante de esto era que la señora que ofrecía la pensión tenía, entre otras, una hermana que era de Arauco, que regularmente venía a Lota a vender productos del campo, y con frecuencia visitaba a su hermana del pabellón 55. Así fue como la conoció mi padre, quien pese a su timidez, de alguna forma se las arregló para conquistarla, y qué bueno que haya sido así, porque de lo contrario yo no estaría contando esto.

Ése es mi padre, entre otras cosas muy bueno para la rayuela. Nosotros vivíamos al final del pabellón 56. En la esquina había una cancha de tejos, y especialmente los días domingos éramos despertados por el ruido que producían los tejos al chocar entre sí. Obviamente no jugaban dinero sino que apostaban una o dos botellas de vino por partido, y lógicamente cuando ya el sol se ponía y se terminaba el juego, muchos de los participantes estaban muy “curados”, y entre ellos mi padre, de quien teníamos que estar pendientes mi hermano mayor y yo, para llevarle a casa (tarea que no era fácil de realizar debido a las muchas veces que se despedían).

En esas famosas “despedidas de curados” bastaba sólo una frase o una palabra para acordarse del trabajo que realizaban en la mina. Ahí sí que había que tener paciencia, pues cada uno de los participantes de la conversación era mejor que el otro en sus faenas. Estas “despedidas” en ocasiones se prolongaban por horas. Y cuantas cosas conocí de la mina sin nunca haber bajado a ella, todo esto producto de lo que ellos conversaban y discutían: que el barretero, que el apir, que el contratista, que el disparador, que el mayordomo, que lo incómodo de la jaula, que no se qué del tráfico, y que la veta, y así un sinfín de términos y situaciones que ellos conversaban.

Eso sí, mi viejo aprovechaba la ocasión para elogiar a mi mamá, de lo bien que le preparaba el manche y la charra, y que ella misma se los ponía en el guameco, y tanto la amarra como el fañamán siempre estaban impecables.

No entiendo bien la razón de por qué me acuerdo con tanta claridad de estos episodios. ¿Cuántos años tendría yo en esa época? Creo que fue entre los 6 y 9 años aproximadamente. Ahora tengo 53 años, y cada año que transcurre aprecio más y más al esforzado minero. Creo mi deber valorar el esfuerzo de estos hombres que, con mucho sacrificio, hicieron de Lota y su gente lo que ahora es. ¿Cuántos profesionales, cuántos artistas, cuántos hombres públicos han salido y siguen saliendo de esta querida ciudad? Y esto, producto de estos héroes anónimos que, pese a su falta de cultura y de oportunidades, no se resignaron a su suerte, sino que lucharon sin cesar. Para que sus hijos no vivieran las mismas limitaciones que ellos.

Volviendo a mi padre, cada vez que había pago teníamos que estar pendientes de sus planes, porque “en una de ésas” se juntaba con algún amigo en la oficina de pago, y se las encumbraban para Lota Bajo. Ahí sí que era peligroso, no lo digo por si hubiera delincuencia o algo así, si no que llegando a Lota bajo se entusiasmaban y se ponían a tomar y a gastar la plata que era para la comida, aparte de que había que salir a buscarlo, tarea que realizábamos con mi hermano mayor. Tal era esta rutina que mi padre se jactaba de ello, que incluso apostaba con sus amigos que sus hijos le irían a buscar. Para qué mencionar ese día que no pudimos encontrarlo, puesto que en Lota Bajo se paseaban de bodega en bodega, y por mucho empeño que le pusimos, no pudimos ubicarlo, y el había apostado. Cansado de esperar que sus hijos llegaran a buscarlo, fue llevado por sus amigos hasta la casa, y llegó gritando y retando a mi mamá que “no se preocupaban de él” y que había perdido una apuesta.

Si algo me agradaba era cuando en algunas ocasiones en que lo buscábamos en las bodegas, él me tomaba y me subía arriba de una pipa (de esas grandes que contenían vino) y me hacía cantar. Yo no tenía vergüenza en hacerlo, y cuando terminaba de cantar la primera canción (que siempre era la misma, “Cantarito de greda”), él daba la iniciativa dándome una moneda, lo que sus amigos imitaban.

En honor a la verdad, nunca tuve buena voz, pero creo que en esos tiempos los niños éramos muy tímidos, y más que nada valoraban el atrevimiento de hacerlo. Cuando regresábamos a casa, yo iba muy feliz, con algunas monedas en mis bolsillos, las que generalmente me servían para comprar útiles escolares.

Ésta es brevemente la historia de mi viejo, un minero lotino cien por ciento, que aunque no fue un padre muy preocupado de sus hijos (pues las preocupaciones se las dejaba a mi mamá), pudo de algún modo inculcarnos que “el hombre sin estudio no valía nada”, lo que en alguna medida influyó a que algunos de sus hijos sacáramos por lo menos la enseñanza media. En la actualidad hay algunos nietos profesionales y otros caminando hacia allá

Me parece oportuno decir que mi padre entendió por fin que el beber no le ayudaba en nada, muy por el contrario, mucho le perjudicó, y puedo decir con satisfacción que hace aproximadamente 15 años que dejó de beber.

Al momento de este relato, mi viejo tiene 88 años. Aquejado de un problema en la cadera, pasa la mayor parte del tiempo postrado en cama, al buen cuidado de su hija mayor. Pese a que está un poco sordo, su mente permanece lúcida y llena de recuerdos.

Rigoberto Acosta Molinet

Lota, abril de 2007.-

lota bajo y cousiño el cerro

lota bajo y cousiño el cerro

EL SANTIAGUINO

“Me lo contaron mis viejos”. Memoria Popular e Historias Mineras, fue organizado por el Centro Cultural Comunitario Pabellón 83 y Revista Sururbano de Lota.

Tengo los parpados pegados, una picazón en todo el cuerpo, y quiero seguir durmiendo, pero mi mamá me dice que hay que despertar, porque estamos llegando a Lota, busco mis zapatillas debajo de los asientos del bus interprovincial que nos trae desde Santiago, todavía no sale el sol pero ya está claro, abro la cortina y veo a través de la ventana, es un paisaje hermoso. Desde lo alto de la carretera, puedo ver una especie de morro, al final de una larga playa de arenas blancas; al otro lado del camino, observo un bosque de tremendos árboles, son gigantescos, que se mueven al ritmo de la pequeña brisa matutina, me asombra la inmensidad del mar, además de un cielo totalmente despejado y azul, tan diferente al de Santiago, sobre todo por la limpieza del aire que se siente al respirar. De pronto el bus se detiene por un momento, pero nadie baja, se ven algunos carabineros y patrullas, pero tampoco se ve ningún accidente, lo que si alcanzo a ver, son varios neumáticos en el suelo, amontonados y quemados, de los que sale bastante humo y se impregna en el bus ese olor típico de goma quemada. El bus continúa, al parecer durante parte de la noche, algunos mineros se habrían manifestado en una protesta, tomándose la única calle que permite el acceso a la ciudad, cerrando además el paso a la provincia de Arauco, con barricadas y todo; pero a nadie en el bus pareciera sorprenderle, solo a mi; al parecer esto es algo muy común en esta zona. Según algunos pasajeros esto es un derecho legítimo que tienen los trabajadores; cuando se agotan todas las demás instancias para que se les escuche en sus demandas laborales.

Fue de esta forma como en mi niñez, en una mañana de verano, me encontré con la ciudad de Lota, una ciudad con identidad; con vida, cuerpo, alma y espíritu propios, ciudad que me dio a conocer algunas fiestas, tradiciones y costumbres que al parecer sólo se realizan por estos lados, y que han sido preservadas por el conciente colectivo de este “pequeño caserío”, como denominaban los mapuches a este sector…

Una vez establecidos, tuvimos la oportunidad de vivir en una casa de pabellón, aunque no se porque motivo, ya que eran ocupadas solamente por trabajadores de la Empresa (ENACAR), creo ahora, que era un acuerdo informal con unos parientes de acá. Estas viviendas de dos pisos, eran muy particulares, todas las casas eran idénticas, de frente una puerta y una ventana, así mismo en la parte trasera; el baño estaba fuera de la casa por la parte de atrás, donde también se encontraba una “carbonera”, que era un compartimiento en el piso del corredor, de un metro cuadrado por uno de profundidad aproximadamente, donde se guardaba el carbón dado por la ENACAR a los trabajadores, la que además les daba la electricidad y el agua de forma gratuita.

Muy pronto se acercaron los niños del pabellón, para integrarme a su grupo y enseñarme sus juegos y costumbres, algunas de las cuales aprendí rápidamente y otras eran, y son hasta el día de hoy, incomprensibles, como por ejemplo el hecho de que a eso de las 7 de la tarde entraban a tomar once y luego salían lavados y peinados, con un gran trozo de pan amasado en la cartera de su pantalón, el cual les podía durar varias horas mientras continuaban jugando y sacando de sus bolsillos pequeños trozos de pan.

Así como el anterior, son varios los recuerdos que vienen a mi mente; los juegos en el pabellón, los amigos, los grupos que se organizaban para ir a buscar maqui, zarza mora, coligues, pinos en navidad, o simplemente ir juntos a la playa; pero hay dos celebraciones en especial, en las que tuve la oportunidad de participar, las que ocupan un lugar muy especial en mi memoria, en mis recuerdos…

En Santiago, el 2 de febrero era otro día mas, pero acá era diferente, era el día de la “Challa”, en el que había una especie de permiso tácito en el conciente colectivo de los lotinos, el que duraba solo hasta el mediodía, donde todos podían mojar a las personas y nadie tenía derecho a reclamo. Cuando hablo de mojar, me refiero a quedar como si se hubiera tomado un baño de tina con ropa y todo, el transeúnte era bombardeado por una decena de personas con baldes, fuentes, y cualquier especie de recipiente que pudiera contener el agua necesaria para hacer su aporte al pobre afectado, el primer año solo fuimos espectadores, incluso ayudamos a una secretaria de Concepción que no entendía nada de nada, la cual quedó empapada y se intentó secar un poco en nuestra casa, pero al año siguiente éramos participantes activos de esta singular tradición; lo mas difícil fue el primer balde derramado sobre un caballero y el sentimiento de culpa por ello, pero luego de eso, mojábamos a todo el mundo con mi hermana, e incluso con la cooperación de mi mamá.

Ese mismo año me incorporaron a otra fecha importante para los lotinos, el 2 de mayo, cuya celebración al contrario de la “challa” era de noche y nadie salía afectado, mas bien éramos beneficiados por la cooperación de la gente. Los preparativos se realizaban durante el día, se formaban grupos de 5, 10, 15 y hasta 20 personas que formarían parte de una “cruz de mayo”, se iba a los cerros cercanos a buscar ramas para adornar una pequeña cruz de madera, que además llevaba unos tarros vacíos de café con velas encendidas en su interior y uno que otro copihue, había bastante libertad para adornarla dependiendo de cada grupo, ya que, no era una sola sino varias que se paseaban por todas las poblaciones de lota; una vez terminada la preparación y arreglos de la famosa “cruz”, cada grupo comenzaba casa por casa a cantar la misma canción, la cual podía cambiar de ritmo, esto dependiendo de cada grupo, algunos lo hacían con guitarras y panderos, otros con instrumentos artesanales, algunos incluso salían vestidos de huasos, lo cual le daba un distintivo especial, y por último, también había “cruces” que cantábamos a capella no mas, pero bien fuerte y afinaditos, además de melodiosos.

Para esa primera salida recuerdo que me preparé muy bien aprendiendo cada uno de los estribillos de la “cruz de Mayo”, algunas frases son muy claras y me las aprendí rápidamente, pero hay otras que hasta el día de hoy me pregunto su real significado; estando ya todo listo y dispuesto comenzamos la caminata por las casas mas cercanas y recorriendo grandes sectores de la ciudad… nos parábamos en una puerta, luego nos mirábamos y a la cuenta de tres comenzábamos a entonar, palabras mas, palabras menos:

“Aquí anda la cruz de mayo visitando a sus devotos, con un cabito de velas y un cabito de votos, si usted tiene no nos niegue, o le vendrá algún daño, por no darle la limosna a la santa cruz de mayo”

Ese era el momento en que la gente nos abría sus puertas y nos daba su colaboración o limosna, como reza el canto, la que podía ir desde alimentos a dinero, o alguna otra cosa en su defecto, una vez guardadas las cosas se comenzaba un estribillo de agradecimiento, algo así como:

“Muchas gracias caballero por la limosna que a dado, pasaron las tres marías por el camino sagrado, que bonita es la casita que el albañil se la hizo, por dentro tiene la gloria por fuera el paraíso”

En algunas casas se demoraban un poco más en abrir sus puertas, así que, cualquiera haya sido el motivo de la demora, nosotros ni lentos, ni perezosos procedíamos a cantar:

“Las estrellitas del cielo cada una tiene su nombre, donde esta la dueña de casa que no sale ni responde…, que no sale ni responde…, que no sale ni responde…”

Al repetir por tercera o cuarta vez esta frase, ya los ánimos estaban caldeados, mas aun cuando se sabía que había gente dentro, por lo que en castigo entonábamos muy fuerte la siguiente estrofa:

“Esta es la casa de los tachos donde viven los borrachos, esta es la casa de los pinos donde viven los mezquinos”.

Y sin mas nada que agregar; procedíamos a seguir nuestro recorrido por las demás casas hasta que nuestros bolsos y nuestras artesanales alcancías estaban llenas, o ya la hora era muy avanzada para continuar.

Luego de la procesión que podía durar hasta altas horas de la noche, se llegaba a la casa de alguno los integrantes, donde se hacía un recuento de lo recolectado: papas, cebollas, tomates, azúcar, te, café, aceite, tarros de jureles, jugos, bebidas, etc., etc., además de dinero en efectivo, todo lo cual quedaba bien registrado; estando todo en orden, cada uno se iba a su casa, esperando el día siguiente, en el que, con lo recolectado, se haría una gran comida donde todo abundaba. Era un momento de compartir alrededor de un buen plato de comida y comentar algunas “tallas” que acontecieron en el recorrido de la noche anterior o alguna otra vivencia divertida que amenizara el ágape.

Después de años viviendo aquí, puedo decir que Lota es una tierra de gente esforzada, luchadora, sufrida, y a pesar de esto muy alegre, pensando siempre en la buena “talla”, para alegrar incluso los momentos mas trágicos, con un tremendo espíritu solidario, muy unidos, sobre todo en los malos momentos, soñadores y emprendedores, creativos y originales.

No está demás decir, que al pensar en cada una de las palabras anteriores, recuerdo algún hecho, suceso o proceso que viví o escuche de primera fuente, cada uno de los cuales representa una de las cualidades que posee esta ciudad, este “pequeño caserío”, como lo nombraban los mapuches, con costumbres propias y pintorescas, y una mentalidad de luchas y reivindicaciones sociales, que ya la quisiera tener cualquier ciudad de nuestro país.

Con el pasar del tiempo la gente ya no me decía el santiaguino, pero lo curioso es que, familiares que aun viven en Santiago, ahora me llaman “El Lotino”; como ven nada mas se puede agregar a esto, solo decir que…Lota es Lota.

Pedro Acosta Rios

muelle de lota

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